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La bestia (Pedro Ultreras, 2010)

En 1999 cerró definitivamente la estación de ferrocarriles de Buenavista. Tiempo atrás se venían cerrando otras estaciones en distintas partes de la República. Con ello se canceló definitivamente un logro de principios del siglo XX en México: el transporte ferroviario de pasajeros. Actualmente sólo quedan algunas rutas de carga (las pocas dos o tres de pasajeros sólo son turísticas). Cargan mercancías, en forma de bienes y, desgraciadamente, de personas. Desde la frontera sur, en Ciudad Hidalgo, colindante con Guatemala, hasta las principales ciudades de la frontera norte, circula una de las mayores vergüenzas nacionales. La bestia o El tren de la muerte, devora a miles de centro y sudamericanos. Viajan sobre los vagones, entre ellos y expuestos a todo, incluida la peor amenaza: el hombre. Sea en forma de policía migratoria, de zetas, de asaltantes, violadores, extorsionadores, secuestradores y demás escoria insensible, estos criminales, junto con las autoridades ciegas, sordas y corruptas, son los responsables de que la ruta del sureste del tren de carga sea descrita por la gente que se atreve a hacerla como uno de los peores infiernos que la mente pueda imaginar. Las ruedas del tres mutilan o matan a quien vence el sueño, el cansancio  o a quien busca escapar de un asalto. Los asaltantes también mutilan y matan, pero además vejan, violan, humillan, secuestra, despojan , asesinan y destruyen ilusiones que de toda maneras difícilmente se habrían de realizar.

El padre Alejandro Solalinde, una de las principales voces  que lleva años denunciando el maltrato que todos los días sufren cientos de inmigrantes que cruzan el país, se pregunta cómo es posible que se les deje subir al tren, en principio de cuentas. Porque hay gente que supervisa los vagones, los carga y engancha; y hay maquinistas y vigilancia y gente que no puede no verlos encima de los vagones. Una posible repuesta, afirma  otro sacerdote defensor de los derechos de los migrantes que cruzan por el país, es el sometimiento de México a las peticiones del gobierno estadounidense de dejar pasar una cierta cantidad de gente hacia el norte. Con esto, la mano de obra barata (por no llamarles esclavos) sigue fluyendo y el mercado de extorsión y abuso de gente en ambos lados de la frontera se mantiene, beneficiando tanto a los criminales ejecutores como a los cómplices que despachan desde cómodas oficinas y cobran un salario que se les paga con dinero público.

Esta degradante y cruda realidad que todos los días pasa apenas a las afueras de la ciudad de México, está documentada en La bestia, de Pedro Ultreras (2010). Los testimonios de hondureños, nicaragüenses, salvadoreños y guatemaltecos, hombres y mujeres, no deja espacio para justificar la cadena de crímenes más inhumanos que pueda infringirse a grupo migrante alguno en el mundo. Pasan los años y no hay una voluntad seria y firme de parte de los legisladores y las autoridades policiacas para poner fin a esta hostilidad. Para cada vez más gente del centro y sur de América, cruzar por México con rumbo a Estados Unidos es sinónimo de muerte física y moral. Mientras que migración y la policía trabajan de la mano con la delincuencia, mujeres de buen corazón en Chiapas, Oaxaca, Veracruz y otros estados, salen al paso del tren con botellas de agua atadas y bolsas con alimentos que los migrantes cogen al vuelo.

México, el mayor expulsor de personas del mundo (en algún momento en años recientes hasta 500  mil al año) por la incapacidad del gobierno de garantizar salud, trabajo y seguridad, debería ser el último país en atreverse a exigirles algo a los migrantes de paso. Y menos aún por tratarse de pueblos histórica y culturalmente más afines que el vecino del norte.  El México que el siglo pasado abrió sus puertas y acogió a víctimas de abusos, hoy, por sus autoridades ciegas, sordas, incompetentes , corruptas y pusilánimes,  es un aterrador hoyo negro en el que la gente muere, sufre y desaparece.

Actualmente el gobierno federal difunde la aprobación de la nueva ley de migración que “protege los derechos humanos de los migrantes”.

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