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Archive for the ‘La vida diaria’ Category

Andar encuerado en las regaderas

toalla_curiosa_1Pues el título ya lo dice todo. Me ha llamado la atención un hecho del que me he enterado vicariamente. Se me ha dicho que en las regaderas de mujeres del deportivo al que voy hay cortinas en cada regadera. En el cuartito de vapor, las mujeres regularmente no entran desnudas. Cuando salen de bañarse, salen envueltas en toallas o de plano ya vestidas, aunque sea con ropa mojada. Se sospecha que algunas ni siquiera se desnudan totalmente debajo de la regadera. Ya en los vestidores, tampoco se desnudan, sino que hacen movimientos malabarísticos con tal de no dejar las carnes llanas expuestas a la vista de las demás. Por ejemplo, contra la pared, sostienen la toalla con los dientes mientras guardan el equilibrio con otra toalla que llevan enredada en la cabeza al tiempo que trémulamente tratan de ponerse la pantaleta o tanga, según las dimensiones y a lo mejor la edad. Corren el riesgo de atorar los dedos de los pies con la prenda, caer de costalazo o golpearse el cráneo mortalmente contra el filo de una banca, pero todo sea con tal de no exhibirse encueradas. Se ponen crema sólo si antes ya tienen puesta la ropa interior. Aunque todo esto sólo me lo imagino, pregunto ¿por qué? ¿Estamos frente a un aspecto de género (recuérdese que es espacio exclusivo de mujeres), frente a una actitud local, global, moral, frente a un trauma inducido por los modelos impuestos por la publicidad, se trata de un acomplejamiento generalizado, se verifica que las peores enemigas de las mujeres son las mujeres en términos estéticos, no necesariamente sociales, la culpa es del sistema y no del individuo, no es nada de esto, es pudor? ¿Por qué no simplemente andar desnudas en el circuito vapor-regaderas–vestidores si todo está a unos pocos metros de distancia y en el mismo espacio?

En el apartado de hombres hay dos o tres asistentes que rigurosamente se cubren de la cintura para abajo en el trayecto regadera-vestidor. No hay cortinas. En el vapor acaso uno o dos entran con ropa. Hay panzones y de carnes recogidas y músculos trabajados, como también debe de haber sus equivalentes en la sección femenina. Probablemente hay un rasgo cultural que echa raíz en las niñas: mostrarse es sancionado, mientras que en el sexo opuesto puede ser incluso celebrado. Me pregunto si hay también un cierto desparpajo en el hombre que le facilita quitarse la ropa, en este contexto de club deportivo, sin mayor cuidado, mientras que en el caso de las mujeres se activa un complicado mecanismo en el que muchos engranes con diferentes nombres trabajan para mantener la toalla bien enredada en el cuerpo. Algunos nombres de esos engranes podrían ser vergüenza, complejo, costumbre, temor, vulnerabilidad, insatisfacción o un sentimiento similar.

No creo que haya víctimas ni orondos triunfadores en una futilidad como encuerarse o no. Al final es una decisión personal. Pero no deja de rondarme la idea, desde que me enteré de que había cortinas entre regadera y regadera en una sección de puras mujeres, y de que no se desplazan desnudas en el área, de que hay factores sociales y culturales que determinan conductas en principio banales, pero con posibles repercusiones en ámbitos más relevantes de la convivencia.

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Cuba desde la banqueta

cubaCuba es un gran árbol-Estado dueño de todo.  Los huequitos entre las ramas son los resquicios por donde millones de cubanos buscan colarse para irla pasando, porque 10,  20 o 60 dólares al mes no alcanzan para nada.  Pero sus caras,  su ánimo y sus cuerpos no parecen los de alguien que gane un dólar al día. Son cuerpos que atraen la mirada. Van del negro más intenso al rubio. Los rasgos de indígena americano casi no se ven. Esbeltos,  muy erguidos,  nucas elevadas,  atléticos y protuberantes, de andar orondo. La queja sobre la precariedad está a flor de labios en mucha gente. Son muchos quienes desearían estar afuera y poder mandar cien dólares a su familia,  una cantidad que en la isla no juntan en meses de arduo trabajo.

En la capital, muchos barrios  hacinados y llenos de actividad, de ires y venires, son centenarios,  con altos edificios que son vecindades ruinosas, unos decrépitos, unos coloridos y con un aire que recuerda los cuerpos de sus habitantes.  Los robustos coches de los 50 comparten las calles con cochecitos comunistas,  modernos autos chinos y con una compleja red de bicitaxis,  camiones urbanos,  motos con carritos laterales y  con un largo etcétera de vehículos nuevos,  viejos y adaptados para cubrir las necesidades de una población diversa que no siempre puede pagar un transporte, ni propio ni público.

En un restaurante,  por ejemplo,  o en un bar, es natural recibir el servicio con un aire de indiferencia, de trabajador del Estado. No es grosero ni igual en todos lados, pero en ciertas partes es,  digamos,  un servicio burocratizado. Un turista ve y no ve.  Haciendo turismo de bajo perfil se pueden ver cosas más o menos naturales que a veces la propina oscurece o abrillanta. Muchos no se van,  se quedan en  esta isla por decisión, sorteando el día a día con lo que pueden y como pueden,  yéndose por la izquierda en una sociedad cuyo gobierno de izquierda exige irse por la derecha con un dólar al día en la mano,  cierto,  pero asiendo en la otra seguridad,  educación gratuita de alto nivel y un servicio de salud que ni de lejos puede brindar el gran enemigo del norte. Este triángulo que en toda la América Latina sigue siendo una aspiración, tal vez en la isla quede reducido a la cotidianidad y termine siendo tan natural como comerse un plátano a puñetazos.

Vladimir, quien lleva nombre revolucionario, se hace su revuelta privada. Las pesca en el aire, tiene un ojo al gato y otro al garabato. Lo suyo son los puros, el tabaco. Se mueve por la izquierda usando cadenas, anillos y relojazos de fantasía que, siente, podrán ser de buena ley en cualquier golpe de suerte; sonríe a la cámara bien engelado, planchado y acicalado para tener su carnet de comerciante por la derecha, pero las manos a la espalda están bisneando lo que venga. Eduardo, su vecino de al lado, es su padre putativo, un viejo combatiente que no puede jubilarse por ser diabético, pero que al mismo tiempo está incapacitado para trabajar. En diez años no le han resuelto ese atasco burócrata. Ya va para los setenta. Huele a mugre guardada. Chupa y chupa la pipa que no se lleva bien con el encendedorzote chino que usa. Pasa el día sentado afuera de su desvencijada puerta, que apenas se cierra algunas pocas horas en la madrugada, pues dentro, faltan la luz y el aire en esos cuartos ruinosos y lóbregos de enormes techos en los que un foco fundido es como perderlo en el inasible cosmos. A la menor provocación, Eduardo defiende la revolución. Uno niega, el otro afirma, ambos en una emisión de voz que parece no tener separaciones, con consonantes suaves, sugeridas, vocales bien abiertas y veloces, encadenadas con nudos ciegos para cualquier hispanohablante que no sea su compatriota.

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Les acaban de subir el salario a los doctores, los atletas y un poquito a los maestros. Andan por los 40 o 60 dólares gringos al mes. Como en casi todo el planeta, un taxista afirma que gana más. Le pago los 35 pesos cubanos convertibles por la dejada de 200kilómetros entre Cienfuegos y La Habana, unos 37 dólares. Y sí. En 2 horas ya sacó lo de medio mes de un ginecólogo. Pero no deja de haber médicos “para aventar pa’ arriba”.

Una pareja madura, él comerciante, ella igual pero con una licenciatura en lengua española, arquean las cejas al escuchar los salarios mexicanos promedio. Les hablamos de los famosos seis mil pesos, con los que dice Cordero que se vive cómodamente. A esos seis mil, les decimos, hay que restar cerca de tres mil de renta, unos cien o ciento cincuenta de luz, más o menos lo mismo de gas. Todavía debe alcanzar para comer y una comida modesta en la calle, sólo la comida, cuesta la cuarta parte del salario/día si se está en esa cómoda (sic) plataforma de los seis mil. No debería asombrarse tanto la pareja, porque él dice tener la nacionalidad ecuatoriana, además de la cubana y viajan seguido a donde el Estado se lo permite: Nicaragua, Venezuela, Ecuador y otro destino que ahora no recuerdo. A su esposa le pagaban (porque ya no quiso trabajar por tan poco) 20 dólares al mes. Pero no pagan renta, no son propietarios, pero no pagan renta; un recibo de luz promedio está por los 6 pesos cubanos (dos pesos cubanos son un peso mexicano); uno de gas anda por los 12 de la misma moneda. Muchas clínicas son de 24hrs. No hay un policía a la entrada. No hay que demostrar nada ni fingir malestares. La atención es gratuita. Claro que tendrá sus limitantes, pero nunca se van a comparar con las limitantes de una clínica (cuando la hay) en cualquier país latinoamericano.

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Un joven desvela el misterio de quienes no quieren estudiar. Es más fácil ir que no ir, porque de negarse, pueden terminar sumidos en escenas kafkianas. Si la criatura no quiere ir a clases, le mandan un profesor. Si sigue empeñada en no estudiar, otro; persiste, el director, consternado, va a ver qué sucede; más tarde llega trabajo social, hablan con los padres y buscan el mal que aqueja al retoño. Si la obstinación continúa, llega la asistencia psicológica. En fin, que sale más barato ponerse el uniforme, enrollarse la pañoletita que usan estilo boy escout y tirar para el colegio en fresca camisa blanca y chorcito.

 

 

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Antes de la marcha

Es el mediodía, el tráfico está impaciente por los cortes a la circulación. De autobuses de asientos duros y pegajosos bajan personas jóvenes y mayores fatigadas,  con la piel curtida y quemada. Algunos traen enrollado un banderín rojo en la mano; seguramente se lo dio la organización que los trae acarreados,  y seguramente no saben qué dice el banderín y tal vez les da igual.  Ya tienen hambre. Parece que siempre la han tenido. Rodean un tóper con frijoles de lata,  tortillas y chiles en vinagre. Mientras comen,  frente a ellos, ven atentamente entre bocado y bocado un árbol futurista, del que baja un cable de luz mal remendado cien veces, les da de comer a sus celulares, que cuelgan de la rama.

 

Chavorruco

Este video del Chavo ruco le regaló una nueva palabra a mi humilde léxico. Es una etiqueta que funciona en varios niveles. Creo que la pareja de vecinos del piso de abajo encaja perfectamente. Me parece que la chavorruquez no radica en la edad, pese al vocablo, sino en la actitud, el humor y otros factores, como el aguante. El macho de la pareja referida, casi puedo asegurarlo, está muy cerca de mi edad, que ya estoy limpiándome los pies para entrar en los cuarentas. Otros compas que ya están en esta icónica década no actúan muy diferente: reventón, vaciar y vaciar botellas, cajetillas, paquetitos de lo que venga y pernoctar donde sea. Vente, dicen, vamos a reventar a una fiesta a tal lado, cerquita de tu casa. Digo que caigo luego, pero la verdad es que me da mucha pereza.

El vecino del que hablaba es casi el epítome de esta tribu entrada en años: empieza una fiesta (supongo que solo, porque su pareja no está  y no parece que entre alguien en su depa) a eso de las ocho o nueve de un viernes. Dos de la mañana y no para, cuatro y no, mediodía siguiente y sigue. A veces puede ser un lunes a las 11 de la noche. Una vez empezó el viernes y para el lunes, doce treinta am, no acababa. Medio le bajaba, pero luego repuntaba. Pone electrónica y es muy curioso que a veces el punchis se sincroniza con los latidos de una persona acostada que quiere dormir  -o en el alucín consolador eso me parece-. A veces suena como un centro de lavado, más que una fiesta. Son unos  tun-tun tun-tun, muy parecidos a los ciclos de lavado de las lavadoras de tina que tenían un rodillito con palanca para exprimir la ropa.

Se supone que el chavorruco (o ella) se caracteriza por tener actitudes y aires juveniles, especialmente las referidas al reventón, cotorrear a tope como consigna inquebrantable, etc.,  cuando su edad ya está bien separada de esa época de la vida (la pata de gallo no miente) , según el consenso general.  En mi caso, parece que soy lo inverso desde hace mucho: rucochavo. Quedarme en otra cama que no fuera la mía me daba un pesar, que hacía todo lo posible por que no pasara. Esto sigue hasta la fecha. A veces chupar me aburre. Así de simple. Puede haber buena charla o música o algo, pero chupar per se, me adormece, y si es de pie o aplatanado en una silla en vaso de unicel, peor (bailar no cuenta, porque no sé). Son  muchos los ejemplos de falta de aguante para  calificar en la chavorruquez. Pero los vecinos, especialmente él, dominan el arte y los demás podemos testificarlo no de bulto, pero sí de oídas.

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Va subiendo el nivel de discusión

Los primeros días eran preocupaciones, tronar de dedos y ojalás porque tal equipo pase, la liguilla se estire y no reviente, la eurocopa no se derrame o se vaya a quebrar o conjeturas sobre la actuación de tal o cual millonario que le pega a un balón. Sobre esto giraban una y otra vez las conversaciones en voz alta en las regaderas, el vapor y los vestidores. Uno de plano soltó: “Orita, orita, de lo que hay que preocuparnos es de Europa, o sea, pinche liga nacional no vale madres, Europa es lo que importa, porque…” Otro lo ataja: ¿es en serio? ¿De veras crees que por lo que debemos preocuparnos es por Europa? Con la madriza que le están parando al país, ¿crees que lo importante es que nosotros, pinches jodidos, nos preocupemos por Europa, por sus clubes de futbol? ‘Tas cabrón.

La tónica era fut, fut y fut. En los últimos días, bajo la regadera o en la banca del aniquilante vapor con vaho a vapo rub, estoy oyendo frases sueltas del estilo:

a) “Tenemos el derecho de ir con una carta,  amparados en el art. 8º de la Const., para que nos respondan, por escrito, por qué están tomando esas decisiones, por qué están regalando el país  y echarles en  cara por qué dicen en campaña una cosa y hacen otra”.

b) –“Antes era más fácil, robaban y ni quién se enterara, pero ora con las comunicaciones…” (Interrumpe otro): -“Ah, pero siguen robando, les vale…”. (el anterior): -“pero por  lo menos nos enteramos más rápido y los balconeamos, por algo se empieza. Ora se tienen que andar con más cuidado”.

c) Un trabajador del INAH: “yo estoy en el área de pagos, yo sé cuánto se chingan esos cabrones. Es hora de ponerles un alto. Su sueldo base, 28 mil; con prestaciones, bonos y cuanta cosa, se lleva 128 mil al mes, qué tal. Y no, si al Calderón el ejército ya se lo iba a chingar, ¿por qué creen que les aumentó el sueldo como 60%? (sic). Pinches impuestos, están pase y pase y no estamos haciendo nada. No por estar viejos no vamos a hacer nada.

d) “Aquí trabajamos para el Slim, pero, ¿a poco creen que no tenían previsto tanto despido que están haciendo y tanta jubilación que promueven? Ahora todo es terciario. Antes hasta la intendencia era del sindicato de telefonistas, ahora son empresas de fuera. Y seguro son del mismo pinche Slim pero con otro nombre, ¿a poco creen que no? Son culeros, pero no majes”.

Hablando de cambios en la administración, el trabajador del INAH se ufana de que ya llevan tres directores en menos de un año, porque todos son unas ratas que venden el patrimonio, menos el anterior a la Franco, que renunció antes de que lo sacara el Chauyffet por no coludirse con el Marín cuando quería hacer no sé qué estropicio en Puebla que al final sí hizo pero de lo cual se deslindó el anterior director.

Bueno, las conversaciones ya toman otro tono, ya se puede estar uno en el vapor escarbando las orejas y haciendo corajes en una, literalmente, acalorada charla sobre la lluvia de porquería que nos está cayendo y ante la cual no estamos, como sociedad organizada, haciendo nada que realmente impacte y evidencie la disconformidad que sí que la hay. Creo que lo más importante es que estos temas que nos afectan directamente no se queden en los lectores de noticias, que no sean ellos quienes digan lo que dice la gente. La discusión con gente conocida y no conocida en cualquier espacio de la vida diaria, propicia más discusión, ideas, alternativas;  y que el tema no esté dominado por los medios zalameros.

p.d.: esto no quita que se siga hablando del «pasecito a la red» y de gatitos contra pollitos y así…

Broken Penguins

Saving broken Penguins, one page at a time.